Mi mundo se convirtió en líneas de código

Hace unos meses, mi carrera profesional parecía un camino recto y predecible. Tenía un trabajo estable, pero sentía que me faltaba algo, una chispa, un desafío que me empujara a aprender y a crecer de verdad. Veía cómo el mundo se transformaba a golpe de tecnología y decidí que no quería ser un mero espectador. Fue entonces cuando, desde mi piso en Vigo, con el sonido de las gaviotas de fondo, tomé una de las decisiones más intensas de mi vida: me inscribí en varios Bootcamps online de tecnología y programación.

Creía que estaba preparado para el reto, pero la realidad superó cualquier expectativa. Mi rutina cambió de la noche a la mañana. Los paseos por la playa de Samil fueron sustituidos por maratones frente a la pantalla. Mi salón se convirtió en un aula virtual global, un hervidero de ideas, dudas y soluciones compartidas a través de Slack y Zoom con compañeros de diferentes partes del mundo. Los días se medían en sprints, commits y pull requests. El café se convirtió en mi combustible principal para desentrañar los misterios de JavaScript o para entender por qué mi código se negaba a funcionar a las dos de la madrugada.

Hubo momentos de frustración, de sentir que el síndrome del impostor me ganaba la batalla. Mirar una pantalla llena de errores y no saber por dónde empezar es una sensación abrumadora. Sin embargo, en ese caos digital encontré un compañerismo increíble. La comunidad del bootcamp era nuestro salvavidas: siempre había alguien dispuesto a revisar tu código, a explicarte un concepto por enésima vez o simplemente a darte ánimos cuando estabas a punto de tirar la toalla.

Poco a poco, la niebla empezó a disiparse. Las líneas de código, que al principio parecían un idioma arcano, comenzaron a cobrar sentido. La primera vez que desarrollé una pequeña aplicación funcional por mi cuenta, sentí una descarga de adrenalina y una satisfacción que hacía mucho tiempo que no experimentaba. Era la prueba tangible de que todo el esfuerzo, las horas de sueño perdidas y el sacrificio estaban valiendo la pena.

Hoy, a punto de finalizar esta aventura, miro atrás y apenas reconozco a la persona que empezó. Estos bootcamps no solo me han dado las herramientas técnicas para reinventar mi futuro profesional; me ha enseñado a pensar de forma diferente, a resolver problemas de manera lógica y creativa, y sobre todo, me ha demostrado que nunca es tarde para cambiar de rumbo y construir la versión de ti mismo que realmente quieres ser. El camino no ha sido fácil, pero sin duda, ha sido mi mejor inversión.